Comentario
CAPÍTULO XXIII
Vitachuco manda a sus capitanes concluyan la traición, y pide al gobernador salga a ver su gente
Con gran contento interior se apartaron de su consulta el soberbio Vitachuco y los cuatro indios intérpretes. Estos, esperando verse presto libres y en grandes cargos y oficios y con mujeres nobles y hermosas; y aquél, imaginándose ya victorioso de la hazaña que tenía mal pensada y peor trazada. Ya le parecía verse adorar de las naciones comarcanas y de todo aquel gran reino por los haber libertado y conservado sus vidas y haciendas; imaginaba ya oír los loores y alabanzas que los indios, por hecho tan famoso, con grandes aclamaciones le habían de dar. Fantaseaba los cantares que las mujeres y niños en sus corros, bailando delante de él, habían de cantar, compuestos en loor y memoria de sus proezas, cosa muy usada entre aquellos indios.
Ensoberbecido Vitachuco más y más de hora en hora con estas imaginaciones y otras semejantes que los imprudentes y locos, para su mayor mal y perdición, suelen concebir, llamó a sus capitanes, y dándoles cuenta de sus vanos pensamientos y locuras, no para que las contradijesen ni para que le aconsejasen lo que le convenía, sino para que llanamente le obedeciesen y cumpliesen su voluntad, les dijo que se diesen prisa a poner en ejecución lo que para matar a aquellos cristianos tantos días antes les tenía mandado y no le dilatasen la honra y gloria que por aquel hecho, mediante el esfuerzo y valentía de ellos, tenía alcanzada, de la cual gloria les dijo que ya él gozaba en su imaginación. Por tanto, les encargaba le sacasen de aquellos cuidados que le daban pena y le cumpliesen las esperanzas que por tan ciertas tenía.
Los capitanes respondieron que estaban prestos y apercibidos para le obedecer y servir como a señor que ellos tanto amaban, y dijeron que tenían aprestados los indios de guerra para el día que los quisiese ver juntos, que no aguardaban más de que les señalase la hora para cumplir lo que tenía ordenado. Con esta respuesta quedó Vitachuco muy contento y despidió a los capitanes, diciéndoles avisaría con tiempo para lo que hubiesen de hacer.
Los cuatros indios intérpretes, volviendo a considerar con mejor juicio lo que el cacique les había dicho y comunicado, les pareció la empresa dificultosa y la victoria de ella imposible, así por la fortaleza de los españoles, que se mostraban invencibles, como porque nunca los sentían tan mal apercibidos y descuidados que pudiesen tomarlos a traición, ni eran tan simples que se dejasen llevar y traer como Vitachuco lo tenía pensado y ordenado. Por lo cual, venciendo el temor cierto y cercano a la esperanza dudosa y alejada, porque les parecía que también ellos habían de morir como participantes de la traición si los castellanos la sabían antes que ellos la revelasen, acordaron mudar consejo y, quebrantando la promesa del secreto que habían de guardar, dieron cuenta a Juan Ortiz de la traición ordenada para que él, con larga relación de todo lo que Vitachuco les había comunicado, se la diese al gobernador.
Sabida por el adelantado la maldad y alevosía del curaca y habiéndola consultado con sus capitanes, les pareció disimular con el indio, dándole a entender que ignoraban el hecho. Y así mandaron a los demás españoles que, andando recatados y sobre aviso, mostrasen descuido en sí porque los indios no se escandalizasen. Parecioles, asimismo, que el mejor y más justificado camino para prender a Vitachuco era el mismo que él había imaginado para prender al gobernador, porque cayese en sus propias redes. Para el cual efecto mandaron apercibir una docena de soldados de grandes fuerzas que fuesen con el general para que prendiesen al cacique el día que él convidase al gobernador que saliese a ver su ejército. Con estas cosas apercibidas en secreto estuvieron los castellanos a la mira de lo que Vitachuco hacía de sí.
El cual, venido el día por él tan deseado, habiendo apercibido todo lo que para salir con su mala intención le pareció ser bastante y necesario, llegó luego por la mañana al gobernador, y con mucha humildad y veneración le dijo suplicaba a su señoría tuviese por bien hacer una gran merced y favor a él y a todos sus vasallos de salir al campo, donde le esperaban, para que los viese puestos en escuadrón, en forma de batalla, para que, favorecidos con su vista y presencia, todos quedasen obligados a servirle con mayor ánimo y prontitud en las ocasiones que adelante, en servicio de su señoría, se ofreciesen; y que gustaría que los viese de aquella manera en forma de guerra para que conociese la gente y viese el número con que podría servirle; y también para que viese si los indios de aquella tierra sabían hacer un escuadrón como las otras naciones de quien había oído contar que eran diestros en el arte militar.
El gobernador, con semblante de ignorancia y descuido, respondió holgaría mucho verlos como lo decía y que, para más hermosear el campo y para que los indios tuviesen asimismo qué ver, mandaría saliesen los españoles caballeros e infantes puestos en sus escuadrones, para que unos con otros, como amigos, escaramuzasen y se holgasen ejercitándose en las burlas para las veras.
El curaca no quisiera tanta solemnidad y aparato, mas con la obstinación y ceguera que en su ánimo tenía de que había de salir con aquel hecho, no rehusó el partido, pareciéndole que el esfuerzo y valentía propia y la de sus vasallos bastaría a vencer y desbaratar los castellanos por más apercibidos que fuesen.